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Aquel año habían sido nombrados jueces dos ancianos del pueblo. Pero eran de aquellos de quienes dijo el Señor: «La maldad apareció en Babilonia por obra de ancianos y jueces que sólo en apariencia guiaban al pueblo.» Estos hombres iban con frecuencia a la casa de Joaquín, y todos los que tenían algún pleito acudían a ellos.

A mediodía, cuando la gente se iba, Susana acostumbraba salir a pasear al jardín de su esposo.

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